UNA HISTORIA ABSURDA DELCOLOR AMARILLO EN 12 OBJETOS

14 de junio 12:39


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Es difícil pensar que, aunque los colores han estado con nosotros desde siempre, existe una gran diferencia entre su existencia y su domesticación. ¿Cómo es que convertimos en tubos de pintura, polvo y gelatina, el color del cielo, las hojas, las pieles de los animales y las frutas? El amarillo es uno de los colores más antiguos del mundo, su rastro nos persigue desde las cavernas de Europa cubiertas en pinturas rupestres, hasta los emojis que usamos en nuestros celulares en el día a día, y sin embargo, nunca hemos logrado llegar a un consenso sobre su significado. Y tal vez, sea mejor así.


Diseño gráfico y conceptualización: Sasha Valencia y Lorenzo Benavides.

Es difícil pensar que, aunque los colores han estado con nosotros desde siempre, existe una gran diferencia entre su existencia y su domesticación. ¿Cómo es que convertimos en tubos de pintura, polvo y gelatina, el color del cielo, las hojas, las pieles de los animales y las frutas? El acto mismo de colorear es una de las grandes invenciones de la humanidad. El dominio del color, que nos parece tan natural, es un poder que parece ir contra la naturaleza misma, y desde antes que decidiéramos nombrar los colores, hemos tendido a asignarles significados y poderes.

Si pensamos entonces en la historia del color, aparece siempre la santa trinidad: amarillo, azul y rojo. Detrás de cada uno de ellos existe toda una mitología y librería de significados que nos recuerdan que los colores son, sobre todas las cosas, un fenómeno cultural del cual no podemos escapar. El amarillo es uno de los colores más antiguos del mundo, su rastro nos persigue desde las cavernas de Europa cubiertas en pinturas rupestres, hasta los emojis que usamos en nuestros celulares en el día a día, y sin embargo, nunca hemos logrado llegar a un consenso sobre su significado. Y tal vez, sea mejor así.

El amarillo ha abarcado todo tipo de dicotomías a lo largo de la historia. Mientras los egipcios lo usaban para pintar las pieles de sus dioses para otorgarles el poder del sol y del oro, los pensadores del cristianismo de la mitad del siglo XIV lo asociaron a la enfermedad, la envidia, los celos, la mentira y la traición, por lo que su máximo representante en la pintura cristiana es Judas. Es en ese tipo de polaridades opuestas que hemos hecho ondular al color amarillo. Desde el amarillo de la carita feliz, hasta el amarillo de las estrellas que la policía Nazi obligaba a portar a los ciudadanos judíos que terminarían en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial, pareciera que el hábitat natural del color amarillo son los extremos. De la divinidad a la cobardía, de la alegría al horror, el amarillo no permite encasillarse en un solo lado de la moneda.

Entre el siglo XV y comienzos del siglo XIX uno de los tonos de amarillo más usados por los pintores y acuarelistas europeos era importado desde India en forma de misteriosas y malolientes bolas marrones rellenas de una materia prensada de color marrón amarillento: el amarillo indio. El origen de estas bolas, que el químico escocés John Stenhouse describió con un olor a aceite de ricino en sus investigaciones sobre su composición en 1884, ha permanecido como un misterio hasta el día de hoy. No faltaron teorías y mitos alrededor de esto. Desde su aparición en el continente europeo, el fuerte olor de las bolas gatilló teorías sobre su origen animal, algunos pensaban que eran cálculos biliares de camellos, otros pensaban que era orina evaporada de elefante, pero no había consenso ni pruebas para demostrarlo. Los comerciantes y artistas comenzaron a acostumbrarse a las misteriosas bolas y con el tiempo desarrollaron técnicas de limpieza para lidiar con la inclasificable materia que conservaba el intenso amarillo que predominó en las acuarelas de los incendiados cielos del pintor romántico Joseph Mallord William Turner.

En 1883 el misterio pareció resolverse de la manera más absurda posible. La correspondencia entre Joseph Dalton Hooker, un botánico de los Jardines Botánicos Reales de Inglaterra, y un funcionario del Departamento de Agricultura de gobierno Indio, llamado Trailokya Nath Mukharji, puso fin al largo debate sobre el origen del amarillo indio, a la vez que puso fin a la importación de este color en Europa. En una de las cartas, Mukharji reportó su viaje a Monghyr, un pequeño pueblo cercano a la frontera entre India y Nepal, donde dice haber observado el origen y el proceso de producción del misterioso pigmento amarillo. Según el informe, las fétidas bolas de amarillo indio eran el resultado de la evaporación de la orina de vacas alimentadas en una estricta y exclusiva dieta de mango. La respuesta al misterio (que parecía más un mal chiste, o un poema surreal) sorprendió tanto a los ingleses como a los indios, y en 1909 se hizo ilegal la producción y exportación del pigmento en India. Aunque la ciencia moderna a tratado de desmentir esta historia, aún no existe un relato que se imponga como el verdadero origen del amarillo indio, por lo que no se puede descartar la posibilidad de que algunas de las acuarelas más importantes, solemnes y veneradas de la escuela inglesa de comienzos del siglo XIX hayan sido hechas a partir de mangos y orines de vaca.

Por cada significado, o uso que decidimos darle al amarillo, emerge un opuesto. Por cada majestuosa túnica de la realiza china, aparece un Bob Esponja; por cada girasol pintado por Vincent Van Gogh, aparece un gas mostaza; por cada atardecer romántico, aparece la orina de una vaca comiendo mango. La lista es infinita. Si para empezar no existe verdadera lógica o razón para nombrar un color, y mucho menos para asignarle un significado, es más que claro que el color amarillo va en contra de todo pensamiento racional a la hora de ser interpretado. Al negarse a situarse en cualquier lugar que no sea un extremo, el amarillo nos pide que lo veamos cada vez desde un poco más lejos, cada vez más amplio y total, y cada vez menos restringido y subyugado a una predecible e inalterable lista de significados. En su negación a ser interpretado de cualquier manera lógica, el amarillo es y será siempre el color de lo absurdo.


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