Es difícil pensar que, aunque los colores han estado con nosotros desde siempre, existe una gran diferencia entre su existencia y su domesticación. ¿Cómo es que convertimos en tubos de pintura, polvo y gelatina, el color del cielo, las hojas, las pieles de los animales y las frutas? El acto mismo de colorear es una de las grandes invenciones de la humanidad. El dominio del color, que nos parece tan natural, es un poder que parece ir contra la naturaleza misma, y desde antes que decidiéramos nombrar los colores, hemos tendido a asignarles significados y poderes.
Si pensamos entonces en la historia del color, aparece siempre la santa trinidad: amarillo, azul y rojo. Detrás de cada uno de ellos existe toda una mitología y librería de significados que nos recuerdan que los colores son, sobre todas las cosas, un fenómeno cultural del cual no podemos escapar. El amarillo es uno de los colores más antiguos del mundo, su rastro nos persigue desde las cavernas de Europa cubiertas en pinturas rupestres, hasta los emojis que usamos en nuestros celulares en el día a día, y sin embargo, nunca hemos logrado llegar a un consenso sobre su significado. Y tal vez, sea mejor así.