El amarillo ha abarcado todo tipo de dicotomías a lo largo de la historia. Mientras los egipcios lo usaban para pintar las pieles de sus dioses para otorgarles el poder del sol y del oro, los pensadores del cristianismo de la mitad del siglo XIV lo asociaron a la enfermedad, la envidia, los celos, la mentira y la traición, por lo que su máximo representante en la pintura cristiana es Judas. Es en ese tipo de polaridades opuestas que hemos hecho ondular al color amarillo. Desde el amarillo de la carita feliz, hasta el amarillo de las estrellas que la policía Nazi obligaba a portar a los ciudadanos judíos que terminarían en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial, pareciera que el hábitat natural del color amarillo son los extremos. De la divinidad a la cobardía, de la alegría al horror, el amarillo no permite encasillarse en un solo lado de la moneda.

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