Entre el siglo XV y comienzos del siglo XIX uno de los tonos de amarillo más usados por los pintores y acuarelistas europeos era importado desde India en forma de misteriosas y malolientes bolas marrones rellenas de una materia prensada de color marrón amarillento: el amarillo indio. El origen de estas bolas, que el químico escocés John Stenhouse describió con un olor a aceite de ricino en sus investigaciones sobre su composición en 1884, ha permanecido como un misterio hasta el día de hoy. No faltaron teorías y mitos alrededor de esto. Desde su aparición en el continente europeo, el fuerte olor de las bolas gatilló teorías sobre su origen animal, algunos pensaban que eran cálculos biliares de camellos, otros pensaban que era orina evaporada de elefante, pero no había consenso ni pruebas para demostrarlo. Los comerciantes y artistas comenzaron a acostumbrarse a las misteriosas bolas y con el tiempo desarrollaron técnicas de limpieza para lidiar con la inclasificable materia que conservaba el intenso amarillo que predominó en las acuarelas de los incendiados cielos del pintor romántico Joseph Mallord William Turner.