Por cada significado, o uso que decidimos darle al amarillo, emerge un opuesto. Por cada majestuosa túnica de la realiza china, aparece un Bob Esponja; por cada girasol pintado por Vincent Van Gogh, aparece un gas mostaza; por cada atardecer romántico, aparece la orina de una vaca comiendo mango. La lista es infinita. Si para empezar no existe verdadera lógica o razón para nombrar un color, y mucho menos para asignarle un significado, es más que claro que el color amarillo va en contra de todo pensamiento racional a la hora de ser interpretado. Al negarse a situarse en cualquier lugar que no sea un extremo, el amarillo nos pide que lo veamos cada vez desde un poco más lejos, cada vez más amplio y total, y cada vez menos restringido y subyugado a una predecible e inalterable lista de significados. En su negación a ser interpretado de cualquier manera lógica, el amarillo es y será siempre el color de lo absurdo.